Palestina: Guerra, poder y masculinidad – Christian Ortíz

Lo que está ocurriendo en Gaza no es sólo un conflicto geopolítico ni una cuestión «religiosa». Es también una manifestación brutal de una forma de ser en el mundo que ha aprendido a relacionarse a través de la violencia, el control y la eliminación del otro. Y esa forma de ser —aunque duela reconocerlo— está profundamente ligada a una masculinidad hegemónica, a una cultura patriarcal que ha hecho de la guerra una herramienta legítima para imponer su poder.

En palabras de la antropóloga argentina Rita Segato, “la guerra es la masculinidad por otros medios”. Esta frase, tan potente como inquietante, nos invita a mirar más allá de las bombas y los discursos oficiales para entender cómo se construyen las guerras desde una lógica patriarcal: una lógica que premia la fuerza, el dominio, la conquista y la eliminación del enemigo. No estamos hablando solo de hombres haciendo la guerra, sino de una forma masculina y patriarcal de pensar el poder, el territorio y la identidad.


Masculinidad y cultura bélica.

La “masculinidad hegemónica” es aquella que se construye como dominante frente a otras formas de ser hombre, y también frente a las mujeres y las infancias. Esta masculinidad se vincula con el control, la competencia, la dureza emocional, la agresión y la negación del cuidado. En contextos de guerra —como lo vemos con claridad en la ocupación militar en Palestina— este tipo de masculinidad se convierte en narrativa estatal, en doctrina militar y en macabro espectáculo mediático.
El poder militar, la ocupación de territorios y el bombardeo sistemático se presentan como actos de defensa, cuando en realidad también son expresiones extremas de una masculinidad herida que necesita imponerse para sentirse legítima. Como si el poder sólo pudiera existir si es capaz de destruir.

Illustration by João Fazenda



¿Qué vidas importan?


Judith Butler, filósofa estadounidense, ha trabajado el concepto de “vidas dignas de duelo”. Es decir: ¿a quién lloramos y a quién no? ¿Qué muertes nos duelen y cuáles normalizamos? En los medios occidentales es evidente: mientras las muertes israelíes suelen presentarse con nombres, historias y rostros, las muertes palestinas muchas veces aparecen como números, estadísticas o daños colaterales. Es un patrón de deshumanización que justifica el horror y permite que el mundo lo tolere.
Este tipo de deshumanización no es nuevo. Forma parte de una larga historia de colonización, racismo y patriarcado. Es la misma lógica que ha hecho de los cuerpos de mujeres, personas racializadas y disidencias sexuales territorios de guerra en tiempos de conflicto armado y de “paz”.

Patriarcado, guerra y pedagogía de la crueldad.

Segato ha desarrollado un concepto clave para entender esta dinámica: la pedagogía de la crueldad. Se trata de un aprendizaje cultural —inconsciente pero muy eficaz— que nos enseña a aceptar y reproducir la violencia como forma válida de relación. La guerra, en ese sentido, no es sólo un evento militar. Es también una escuela. Una escuela que enseña que el poder se gana por la fuerza, que el otro es enemigo, que el dolor ajeno no importa si está lejos o si no se parece a mí.
Y aquí la masculinidad tradicional juega un papel clave. Nos han enseñado que ser hombre significa resistir, aguantar, atacar si es necesario. Que sentir empatía o reconocer el daño causado es señal de debilidad. En los contextos de conflicto, esta idea se extrema: el ideal masculino se vuelve el del soldado invencible, el líder implacable, el que no tiembla ante el dolor, ni el propio ni el ajeno.

La guerra contra el pueblo palestino —con sus miles de muertes civiles, el desplazamiento forzado, el cerco humanitario y la destrucción sistemática de hogares, hospitales y escuelas— no puede entenderse sin mirar estas estructuras de poder. No se trata sólo de decisiones políticas, sino de una visión del mundo profundamente masculinizada, colonial y racista, que convierte la dominación en una virtud y la eliminación del otro en estrategia legítima.
Esta forma de masculinidad imperial no se limita a los hombres. Es un sistema cultural, una forma de organización del mundo que muchas veces atraviesa también a mujeres, instituciones y medios de comunicación. Es un modelo que se filtra en todos los espacios: desde los juegos de guerra que consumen los niños hasta los discursos de seguridad nacional que justifican el exterminio.

Desarmar el mundo.

La guerra no es inevitable. La violencia no es natural. Hay otras formas de ser hombre, otras formas de ejercer el poder, otros caminos para resolver los conflictos. El pensamiento feminista, los estudios de género y las experiencias de hombres que están transformando sus relaciones nos muestran que es posible desarmar la cultura de la guerra desde adentro.
bell hooks decía que el patriarcado enseña a los hombres que su valor está en dominar a otros. Desmontar esa enseñanza —en los hogares, en las escuelas, en los medios, en la política— es parte del camino hacia una cultura más justa, más humana, más capaz de vivir con los otros en lugar de eliminarlos.
Hoy, más que nunca, lo que sucede en Palestina nos confronta con la necesidad urgente de construir masculinidades que no necesiten destruir para existir. La paz no es sólo el fin de los disparos. Es también el fin del mandato masculino de guerra. Y ese, es un trabajo que nos toca a todos.

Heba Zagout (1984–2023), Gaza Peace, 2021.

Blog:


Descubre más desde HOMBRES DESPIERTOS

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

Descubre más desde HOMBRES DESPIERTOS

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo