Repensar la masculinidad: el peligro de los discursos ultraderechistas.

En los últimos años, ha emergido con fuerza un discurso de masculinidad vinculado a sectores ultraderechistas que exalta la violencia, el dominio, la guerra y el retorno a valores que se presumen «tradicionales», pero que en realidad son expresiones de un orden patriarcal que ha demostrado ser devastador para la vida social, para las relaciones humanas y para el equilibrio ecológico del planeta.
Este tipo de masculinidad —lo que la teoría crítica ha denominado masculinidad hegemónica— está construida sobre el principio de la dominación. Se define, no en sí misma, sino por su oposición: lo masculino se afirma al negar, someter o controlar todo lo que se asocie a lo femenino, a lo vulnerable, a lo interdependiente, a lo que no puede ser conquistado fácilmente. En palabras de Rita Segato:


“La masculinidad hegemónica se construye como mandato de poder y de violencia.”
(La guerra contra las mujeres, 2016)


Segato ha insistido en que esta masculinidad no es simplemente un conjunto de comportamientos o atributos individuales, sino un sistema político, una pedagogía de la crueldad que entrena a los varones desde temprana edad a ejercer violencia como forma de afirmación identitaria. En este modelo, la capacidad de causar daño se convierte en medida de valía. Es un entrenamiento para la insensibilidad, para la cosificación del otro, para la desconexión emocional con la Tierra, los cuerpos, las emociones y la comunidad.
Los discursos que promueven esta masculinidad desde la ultraderecha no hacen más que exacerbar la inseguridad de los varones. Les ofrecen una falsa salida: recuperar una supuesta “grandeza” masculina que, en realidad, se fundamenta en el miedo al cambio, en el rechazo a la equidad y en una nostalgia por estructuras jerárquicas de poder que están en crisis.
El culto al cuerpo como arma, a la carne como símbolo de dominación alimentaria, al armamento como símbolo fálico de poder, a las religiones patriarcales y depredantes, no son otra cosa que rituales de una masculinidad herida que intenta sostenerse sobre las ruinas de su propia fragilidad. Como también señala Segato:


El mandato de masculinidad es una camisa de fuerza que produce sujetos que se sienten obligados a responder con violencia frente a cualquier atisbo de pérdida de control.”
(Contra-pedagogías de la crueldad, 2018)

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Esta masculinidad no construye comunidad. No cuida la vida. No genera paz. No teje vínculos. Por el contrario, produce soledad, autoritarismo, guerras, ecocidio y relaciones basadas en el miedo y la competencia constante.
Frente a esto, es urgente repensar la masculinidad, no como un retroceso hacia supuestos valores «naturales», sino como un proceso ético, espiritual, político y emocional que convoque a los varones a una rehumanización profunda. Repensar la masculinidad es también desarmar las estructuras que la sostienen como mandato de poder, abrirnos a una ética del cuidado, de la ternura, de la cooperación, de la sensibilidad y de la responsabilidad con todas las formas de vida.
Este llamado no es una pérdida de identidad, sino una oportunidad de liberación. Porque lo que está en juego no es sólo el destino de los hombres, sino la posibilidad de un mundo vivible para todos, todas y todes.

Hombres Despiertos.

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