Fui funado, ¿y ahora qué?


Quiero hablarte desde un lugar humano. No desde el juicio, ni desde la excusa. Quiero escribirte como alguien que ha caminado junto a varones que, en algún momento, han sido señalados, exhibidos o funados públicamente por haber hecho daño. A veces de forma consciente, a veces sin dimensionarlo. Pero daño al fin.
Si estás leyendo esto, tal vez tú, o alguien cercano a ti, ha vivido esa experiencia. El impacto suele ser brutal: vergüenza, enojo, miedo, negación, desesperación. Es como si todo lo que eras —o creías ser— se tambaleara. Y aunque la tentación inicial puede ser defenderte, justificarte o culpar a quien te funó, quiero invitarte a hacer algo más difícil, pero profundamente necesario: detenerte, mirar de frente lo ocurrido y preguntarte en serio qué sigue.
Porque sí, hay un después. Y ese después puede ser superficial —rehacer tu imagen, mantenerte en silencio un tiempo, seguir como si nada— o puede ser profundo: revisar quién has sido como hombre, qué modelos te formaron, en qué momentos cruzaste líneas que no viste, no quisiste ver o directamente ignoraste.


¿Qué es una funa?


Hablemos claro. Una funa es una denuncia pública. Puede manifestarse en redes sociales, en círculos comunitarios, en medios digitales. Y muchas veces ocurre porque las rutas legales o institucionales no han funcionado. Porque la persona que fue violentada no encontró escucha, justicia ni reparación en otros lugares. La funa no es el juicio perfecto, ni la vía ideal. Pero es, muchas veces, el último recurso de quien no fue creída, escuchada o protegida.
Cuando eres tú el señalado, la experiencia es desestabilizadora. Sientes que todo se derrumba. Pero hay algo que no puedes perder de vista: no estás al centro de esta historia. Lo verdaderamente importante es el daño causado, y cómo vas a posicionarte ante esa realidad.


Entonces, ¿qué hacer si te funaron?


1. Baja la velocidad. Escucha. No respondas todavía.
Es común querer explicarte. Defender tu versión. Negar los hechos. Pero antes de eso, detente. Escucha. Lee. Intenta comprender lo que se te está nombrando, más allá de cómo te hace sentir.
2. No te victimices.
Estás en crisis, claro. Te duele. Pero no eres la víctima. Y es importante que te lo recuerdes. Porque el patriarcado nos ha entrenado para proteger nuestro orgullo, incluso cuando hemos sido responsables de daño. Aquí toca cambiar ese chip. Toca asumir sin dramatizar, sin evadir, sin querer quedar bien.
3. Reconoce el daño. Aunque no lo entiendas del todo.
Tal vez no ves aún con claridad por qué eso que hiciste fue violento. Quizá para ti fue “normal”, “consensuado”, “una broma”, “una relación complicada”. Pero la perspectiva de género nos enseña a mirar más allá de nuestras intenciones. A entender que vivimos en una cultura que nos ha educado para naturalizar desigualdades, silencios, y violencias que ni siquiera sabíamos que ejercíamos.
4. Busca acompañamiento. De verdad.
No vayas a terapia solo para “limpiar tu imagen”. Hazlo para trabajar en ti. Para entender tus sombras, tus vacíos, tus formas de vincularte. Busca espacios con profesionales que trabajen masculinidades desde un enfoque antipatriarcal, con ética, sin complacencias, pero también sin condenas absolutas. Porque sí, se puede reparar. Pero no sin autocrítica y compromiso.
5. Calla un rato. No publiques tu “descargo”.
No es momento de hablar de ti. Escucha lo que surgió. Toma nota. Si alguna vez decides comunicarte, que sea con humildad, sin revictimizar, sin querer “cerrar el tema”. No busques aplausos por cambiar. Cambia porque es justo. Porque es necesario. Porque es lo que corresponde.

El final…?


Sé que parece que todo se acabó. Pero hay algo más allá de la ruptura: el proceso. El camino de reconocer que el patriarcado también te moldeó a ti, que te hizo creer que podías cruzar ciertos límites sin consecuencias. Que podías ignorar el consentimiento, burlarte de los cuidados, o ejercer poder desde el deseo, el silencio o la manipulación.
Esto no es una defensa. Es una invitación. A hacerte cargo. A reconstruirte. A soltar la idea del “buen hombre” que solo busca redención. Porque el verdadero cambio no se da en los discursos, sino en los actos, en el cuerpo, en las relaciones cotidianas.
Hay hombres que han hecho daño y han decidido trabajar en sí mismos sin convertir su proceso en espectáculo. Que han asumido las consecuencias sin exigir segundas oportunidades. Que han entendido que el cambio no es un derecho, sino una responsabilidad.

¿Y si decides cambiar?


Cambiar no significa que te van a perdonar. Ni que todo volverá a la normalidad. A veces, parte de hacerse cargo es aceptar que hay relaciones que no se van a recuperar. Que hay círculos que no te van a abrir la puerta otra vez. Y eso también es parte del proceso.
Pero hay algo más profundo: la posibilidad de convertirte en alguien más consciente. En alguien que no necesita ser funado para preguntarse cómo está viviendo, cómo se está relacionando, y qué puede hacer para no repetir esas formas de vinculación que hieren, dominan o silencian.
No para ser un “hombre nuevo”. Sino para dejar de ser funcional al sistema que tanto daño ha hecho a mujeres, disidencias… y también a nosotros mismos.

.

Re-pensar.
Si te han funado y estás dispuesto a mirar con honestidad lo que pasó, no estás solo. Hay caminos. Hay procesos. Pero todo empieza por reconocer el lugar que ocupaste, el daño causado, y el trabajo que queda por delante. Y que ese trabajo no lo haces para que te aplaudan. Lo haces para no seguir dañando. Lo haces porque ser hombre no puede seguir siendo sinónimo de impunidad, pero tampoco de negación del cambio.
Porque sí, a veces después de la caída, se puede caminar distinto.


Descubre más desde HOMBRES DESPIERTOS

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

Descubre más desde HOMBRES DESPIERTOS

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo